03 noviembre 2007

PENÁGUILA

Preciosa panorámica de Penáguila enviada por nuestro amigo Quique desde su web

Penáguila es una población de notable importancia histórica.
Situada a 12 kilómetros de Alcoy, su castillo fue "tomado prestado" al caudillo rebelde Al-Azraq personalmente por Jaime I El Conquistador.
Sitiada en 1356 por las tropas castellanas de Pedro I El Cruel, todas ellas fueron derrotadas, lo que hizo que el Rey de Aragón concediese el privilegio a Penáguila de ser Villa Real, con voto en corte.
Fue sede de los señoríos de Guadalest y Alcolecha, cuyas casas solariegas todavía se conservan.

La población estuvo completamente amurallada, y posiblemente defendida por cuatro enormes torres.
Estas fortificaciones fueron ordenadas construir por Jaime I en 1304, y se sabe que en 1336 el rey Pedro IV otorgó fondos para que se acabaran los trabajos.
En las calles del pueblo aún se aprecian algunos paños, sobre los que se apoyan las casas más antiguas.

Una de las muchas ventajas que tiene visitar Penáguila ("pluma de águila"), es que estamos ante uno de los más bellos y pintorescos pueblos que salpican la montaña de nuestra provincia.
Es de obligado cumplimiento un paseo lento y minucioso por ese lugar tan antiguo que se levanta sobre el márgen izquierdo del Rio Frainós.

Pueblo ancestral, sus crónicas hablan de pinturas prehistóricas en los abrigos rocosos de sus alrededores, de poblados celtíberos, e incluso de un pequeño castro romano.
El historiador Escolano, allá en el siglo XVII dejaba escrita en sus famosas "Décadas", una perfecta descripción de la Villa "situada a dos lenguas de Alcoy y quince de Valencia, con castillo de homenaje y 200 casas de cristianos viejos".

El Arco de Santa Lucia, un enorme agujero en la montaña que según cuentan los mayores, en el día de Santa Lucia, pasan los rayos de sol a su través, y donde colocaban a las parturientas para que el alumbramiento fuese perfecto. Justo encima de este arco, hacia el este tenemos la Peña del Aguila, que si os puedo garantizar que la sobrevuelan estos majestuosos animales

Es imprescindible darse una vuelta por los restos de aquellas torres que cercaban la ciudad amurallada y que hoy en día han ido desapareciendo.
Pero lo que sí permanece en pie son los palacios que, testigos mudos de un época gloriosa, se levantan airosos sobre el resto de las casas del pueblo.
Era una epoca en la que la Villa fué cabeza de señorio: los palacios de Fenollar y Moncada, así lo demuestran.
Y la parroquia, claro, como buen pueblo que se precie, edificada en el siglo XIV y donde contemplamos una misteriosa y bella tabla gótica de la que se ignora su origen.

Desde uno de los parques de Penáguila, podemos contemplar una impresionante vista de su "forada" y de los abrigos con pinturas rupestres

Sus calles están llenas de plantas, arbustos y árboles de gran variedad: madroños, castaños, orquídeas...


Calles estrechas, empinadas y adoquinadas; quizá construidas para el paso de bueyes y mulos, pero no para coches de gran cilindrada. Su paseo por ellas evoca viejos recuerdos... Más aún, cuando están salpicados por la sabiduría de nuestro compañero Arturo


Una de las placas instaladas en sus calles nos recuerdan a un "personaje ilustre".
¿Quién fue Joaquin Company Soler?
Pues bien, al franciscano Joaquín Company Soler le tocó vivir como arzobispo de Valencia la crítica situación creada por la ocupación de los franceses en 1808 y la Guerra de la Independencia. La prudencia del Arzobispo, su inteligencia y buen sentido, y su solidaridad con el pueblo hizo que no se produjeran mayores males de los que hubo.
Nació en el pueblo de Penáguila, diócesis de Valencia y provincia de Alicante, el 3 de enero de 1732. A los 15 años, ingresó como religioso en el convento de San Francisco de Valencia, haciendo la profesión religiosa al año siguiente. Cursados los estudios de filosofía y teología, a los 23 años ocupó la cátedra de artes, y luego de teología moral y escolástica para enseñar a los religiosos de su Orden.
Fue guardián y ministro provincial. A instancias del rey Carlos IV, el Papa Pío VI lo nombró (18 de diciembre de 1797) arzobispo de Zaragoza, recibiendo la consagración episcopal en Madrid el 4 de marzo de 1798. Por deseo del Papa continuó ejerciendo la máxima magistratura de la orden franciscana hasta el 11 de mayo de 1806.
El 2 de agosto de 1800 el Papa Pío VII lo promovió al Arzobispado de Valencia. Se preocupó por atender las necesidades de sus diocesanos, a quienes socorrió generosamente. Procuró, según las necesidades de las iglesias, que fueran remediadas con ornamentos y otros enseres para que el culto fuese celebrado con dignidad. Al ocupar la ciudad de Valencia los franceses, en vez de huir a Mallorca, prefirió quedarse entre sus diocesanos, para ayudarles en la triste situación que atravesaban. Respetado por los franceses, intercedió por el pueblo y por el clero. Consiguió que muchos condenados por conspiración fueran perdonados.
Todos los sinsabores que tuvo que asumir fueron minando su salud, falleciendo en Valencia el 13 de febrero de 1813. Su entierro fue una manifestación popular, tanto de valencianos como de franceses. Sus restos mortales fueron inhumados en la capilla de la Purísima de la Catedral de Valencia.

¿El primer libro impreso en España no fue la Biblia?
Quizá sí...
Pero en las calles de Penáguila nos informamos que la obra que se ha venido considerando en los últimos años como el primer libro impreso en España, ha sido Obres e trobes en lahors de la Verge Maria, colección de cuarenta poesías en valenciano, cuatro en castellano y una en toscano, premiadas en un certamen celebrado en Valencia el 11 de febrero de 1474.
No constan en este libro impreso en Valencia ni la fecha de la impresión ni el nombre del tipógrafo, pero se ha supuesto que se trata del impresor Mossen Bernat Fenollar

fotos antiguas: El ojo del tiempo en la Provincia de Alicante

 
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