19 agosto 2007

ALICANTE EN EL RECUERDO: POBREZA, HAMBRUNA... ¡Y EL CÓLERA!

A lo largo de los dos primeros tercios del siglo XIX, la población de Alicante pasó una serie de crisis económicas y demográficas.
Los efectos negativos de esas crisis fueron todavía más acusados debido al deficiente régimen alimenticio de la mayor parte de la población, de cuya dieta faltaban productos de primera necesidad e incluía otros de mala calidad e inadecuado estado de conservación.
Según las "Memorias Higiénicas" de finales del siglo XIX, la alimentación de los alicantinos se componía de un desayuno con "una taza de café o una copa de aguardiente"; el almuerzo, a las 8 de la mañana, con "un pedazo de pan y un trozo de atún, bacalao o pescado frito, no acostumbrados a tomar vino a esa hora"; la comida, a las 12, estaba formada por "un plato de arroz con bacalao u otra clase de pescado..." y acompañaban la comida con pan de segunda y de vino que tenía una tercera parte de agua; y la cena, en la que tomaban "unas patatas cocidas".
Algunos días mejoraban la dieta y comían el clásico cocido, pero esto no sucedía más de cinco o seis veces al año. Para colmo, un tercio del salario había que dedicarlo a comprar pan, pues los obreros sin cualificar cobraban 10 reales al día y tenían familias numerosas.
Esta deficiencia alimenticia permitía la reproducción de enfermedades infecciosas con altos índices de mortalidad. Las más características eran el sarampión, la viruela y la fiebre amarilla, que se desarrollaba muy facilmente en Alicante a causa de sus condiciones climáticas. Los ataques más fuertes de fiebre amarilla tuvieron lugar en 1804 (con 2777 muertes) y 1870 (con 1380 muertos y 6000 infectados).
Pero ahí no acabó todo.
Alicante sufrió el contagio de la enfermedad infecciosa más característica y cruel del siglo XIX: el cólera morbo.
Las principales infecciones se produjeron en 1834, 1854, 1859, 1865 y 1885. No tenemos muchos datos de todas aquellas plagas. Conocemos los de 1834, que ocurrió entre el 23 de agosto y el 2 de octubre, falleciendo 830 personas de todas las edades. La ciudad evitó el contagio sometiendo a la población al aislamiento, controlando la entrada de personas y alimentos desde el 27 de julio y fijando los lugares a los que debían dirigirse quienes tuvieran síntomas.
Sin embargo, aquello sirvió de muy poco.
En el brote de 1854 (que se produjo entre el 10 de agosto y el 25 de septiembre) murieron 1900 personas, entre ellas el Gobernador Civil de Alicante, Don Trinio González de Quijano, que se contagió asistiendo personalmente a los enfermos, por lo que ha sido considerado como uno de los ciudadanos más ilustres de la ciudad.
Ante el prolongado estancamiento económico que produjo estas enfermedades, muchos alicantinos de la Huerta optaron por el cambio de residencia y la búsqueda de trabajo en otras regiones de España.
En muchos casos, dicho cambio se convirtió en definitivo y jamás regresaron a nuestra provincia.

 
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