30 agosto 2007

EL PUERTO DE ALICANTE: UN QUIERO Y NO PUEDO

Cuando Alejandro Laborde, viajero francés autor de “Voyage pintoresque et historique de l´Espagne", visitó Alicante a finales del siglo XVIII, consideró la ciudad “más comerciante de España después de Barcelona y Cádiz, y el principal depósito del comercio de Valencia, Murcia y Aragón”.

La condición portuaria de la villa y la riqueza generada en torno a su tráfico marítimo fueron los argumentos que auparon a Alicante a la categoría de “ciudad” en 1490. Según el cronista Martín de Viciana “Alicante estaba en el paraje más importante del Reino para tiempos de cargar y descargar mercaderías por tener tal y tan buena y segura playa y muelle”.
Ciertamente, las condiciones de seguridad que la rada alicantina ofrecía a los navegantes eran excepcionales en el contexto valenciano. En Alicante confluían un buen número de factores positivos: el Cabo de las Huertas protegía la bahía de los vientos de levante, y el de Santa Pola de los de leveche; su calado era suficiente para que grandes buques pudieran anclar en las proximidades de la costa y, sobre todo, la fortaleza situada en la cima del cerro Benacantil, cuya ladera caía casi en acantilado sobre el mar, daba gran seguridad defensiva a las embarcaciones que comerciaban con la ciudad.
Esteban de Silhuette, un viajero que recorrió entre 1721 y 1730 Francia, España, Portugal e Italia, supo apreciar la ventajosa situación de Alicante: “Por Alicante es por donde se hace el comercio de Madrid para el Mediterráneo, como se hace en Bilbao para el Océano. Hay una infinidad de carros de cuatro ruedas, que llaman galeras, que van y vienen continuamente de Madrid”. También se refirió con propiedad al carácter de las instalaciones portuarias alicantinas en la primera mitad del siglo XVIII: “para hablar exactamente no hay allí puerto, pero existe una rada muy buena y un pequeño muelle que avanza en el mar únicamente para facilitar el embarco de las mercancías”
En la Edad Moderna la infraestructura portuaria era, por lo general, muy escasa. Las embarcaciones anclaban en lugares próximos a la costa y el embarco y desembarco de sus mercancías se efectuaba mediante barcazas destinadas a esos fines. Sólo en aquellos lugares que reunían condiciones adecuadas, se realizaban costosas obras para disponer de un muelle sólido de piedra. En Alicante se realizaron trabajos con este objetivo a finales de la Edad Media, y cuando fue elevada en 1490 a ciudad por Fernando el Católico, su puerto contaba ya con un pequeño desembarcadero.
Durante el siglo XVI, hay constancia de que se efectuaron ligeras ampliaciones, puesto que los inconvenientes técnicos y su elevado costo dificultaban trabajos mayores. Jouvín calificó nuestro puerto de “pequeño espigón que sirve de abrigo a las barcas...”, lo que revela el modesto alcance de las instalaciones portuarias cuando la ciudad entraba en 1700.
El primer proyecto de envergadura se realizó en 1749. Su autor fue el ingeniero militar Esteban Panón, que había diseñado las obras del puerto de Mallorca. Sus propósitos eran mercantiles y militares, pues al tiempo que sugería la ampliación del muelle en longitud y anchura, diseñaba un recinto fortificado en forma de cruz con capacidad para 36 cañones con lo que “quedará enteramente permanente este muelle y la Plaza del Mar muy segura y cubierta de cualquier invasión marítima”.
Pese a que el ingeniero militar consideraba una gran ventaja contar con la piedra necesaria a pie de obra, su elevado costo y escasa funcionalidad aconsejaron que se archivara.
Cuando el Conde de Aranda, capitán general de Valencia, proyecto en 1765 el ensanche de la ciudad, recogió la idea de 1749 para ampliar la Puerta del Mar y evitar así la congestión en el tráfico que se producía a la salida del muelle.
En 1772, el también ingeniero militar Joaquín Antonio Mosquera, diseñó un nuevo proyecto que planteaba la ampliación en longitud y anchura del muelle con criterios plenamente modernos: ensanchar el espigón existente en un tercio para permitir la maniobrabilidad de los carruajes, y alargando al doble de su longitud, curvando el brazo hacia poniente para lograr una mayor protección a las embarcaciones fondeadas a su abrigo, y la instalación de una farola en su extremo. La traza del muelle disponía dos alturas, siendo más elevada la de levante que, al estar dispuesta en forma de andén, posibilitaba la utilización de sus bajos como almacenes.
La escasa financiación dificultó el inicio de las obras. En enero de 1787 comenzaron con un presupuesto inicial de algo más de cinco millones y medio de reales, pero pronto se paralizaron ante la falta de fondos. Entre las iniciativas para obtener fondos, se exigió a las embarcaciones extranjeras que fondearan en la bahía cantidades que oscilaban entre 40 y 60 reales.
En 1800 un nuevo proyecto, más modesto, obra de Juan Ruiz de Apodaca, fue aprobado... pero la falta de fondos suficientes abortó de nuevo la interesante iniciativa.
En la correspondencia municipal se halla un testimonio fechado el 18 de febrero de 1800, en el que se enumeran las causas: “las guerras, los atrasos del comercio y las urgencias del Estado no han permitido el acopio de suficientes caudales para dar principio a la obra”
Finalmente, en 1803, se articuló una nueva formula. El 28 de enero de aquel año se constituyó la Junta de Obras del Puerto de Alicante, formada por: el corregidor de Alicante, el comandante de Marina, el ingeniero de obras municipal, dos regidores del Ayuntamiento, dos comerciantes y dos terratenientes.
Por desgracia (y van varias consecutivas) sus iniciativas quedaron paralizadas por los acontecimientos acaecidos en 1808 y de los que hablaremos en otro artículo.
info: "Historia de Alicante" Vol. 1
Francisco Moreno Saez


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