17 junio 2007

EL FINAL DE LA REPÚBLICA EN EL PUERTO DE ALICANTE

Hace algunos meses, hablamos en ESTE artículo de Alicante en el Recuerdo de los dramáticos sucesos acaecidos en el Puerto durante el final de la Guerra Civil Española.
Sin embargo, la complejidad e importancia del tema nos hizo seguir investigando más en profundidad sobre lo ocurrido allí.
De esta manera, nos enteramos que a lo largo del mes de marzo de 1939, el puerto de Alicante se convirtió en el punto de salida más importante para los republicanos que habían quedado atrapados al sur del Ebro. Allí empezó para muchos un largo exilio: más de 2.600 personas consiguieron escapar, hacinadas, en el mítico «Stanbrook» (foto 1).
En el trágico escenario del final de la guerra, los puertos del Mediterráneo (y especialmente Alicante), se convirtieron en el centro de gravedad hacia el que confluyeron las esperanzas de salvación de todos los republicanos, que ya vencidos, pretendían exiliarse de España para escapar de las represalias franquistas.
El gobernador civil de Alicante, Manuel Rodríguez, nombrado el día 4 de marzo de 1939, era un veterano militante socialista ilicitano, que ordenó proporcionar pasaportes y billetes de transporte sin exclusiones; de esa forma fueron expedidos miles de pasaportes desde el Gobierno Civil y desde el Consulado de México en Alicante, firmados en este caso por el cónsul, Lorenzo Carbonell, que había sido alcalde de la ciudad en la República.
A lo largo del mes de marzo, habían conseguido salir del puerto alicantino los barcos «Winnipeg» y «Marionga» (foto 2), con un número indeterminado de exiliados; el 12 de marzo lo hizo el «Ronwyn» con 716 pasajeros (mercante inglés con matrícula de Malta que recaló en el puerto de Tenès) y el 19 de marzo el «African Trader» (carbonero inglés, arribó al puerto de Orán), con 859 personas.
Los barcos pertenecían a France Navigation y la Mid. Atlantic Co., navieras con las que el gobierno de Negrín tenía firmados contratos para el abastecimiento de la zona republicana. Está también constatado, aunque es difícil de cuantificar, la partida de numerosos barcos pesqueros desde los puertos de El Campello, La Vila Joiosa, Santa Pola y Torrevieja.
Después del golpe de Estado de Casado, Negrín con su gobierno y altos dirigentes comunistas salieron desde el improvisado aeródromo de Monóvar. Todo ello explicaría que al producirse la desbandada final, a partir del 27 de marzo, se produjera una caótica avalancha hacia Alicante de decenas de miles de fugitivos, muchos procedentes de Valencia, con la esperanza de encontrar barcos para el exilio.
La agónica espera de esos barcos, es el acto final de la cruenta guerra fratricida y un episodio imborrable para la memoria histórica alicantina. La realidad es que el 28 de marzo de 1939 sólo había dos barcos atracados en el puerto de Alicante, el «Stanbrook» y el «Marítime». Mientras que en el primero embarcaron todos aquellos a los que el barco pudo admitir (más allá incluso de lo razonable), en el «Marítime» sólo embarcaron 32 personalidades republicanas de la zona, dejando ya en los muelles del puerto a una multitud desesperada, atrapados en la ratonera del puerto alicantino.
Todavía hoy debemos preguntarnos qué impidió que otros cientos de compatriotas pudieran exiliarse en el «Marítime». Lo cierto es que tras la ocupación militar de Alicante por el cuerpo expedicionario italiano, los refugiados serían hechos prisioneros, comenzando un terrible calvario de campos de concentración y cárceles, tal como dijimos en ESTE artículo.
El «Stanbrook» sí lo hizo y por ello es una referencia mítica del exilio español. Se merece que le dediquemos unas palabras. Se trataba de un pequeño barco carbonero, de 1.383 toneladas, construido en 1909 y remozado en 1937. Parece ser que su verdadero propietario era la Cía. France Navigation, creada por la República con el oro enviado a Moscú y el apoyo logístico del Partido Comunista francés. Por motivos de seguridad el barco viajó con distintas banderas en tareas de abastecimiento de la zona republicana. El barco fue fletado por la Federación Provincial Socialista de Alicante para organizar la evacuación final. Cuando a las 23 horas del día 28 de marzo el capitán del «Stanbrook» ordena levantar las amarras, «el barco iba lleno hasta el palo mayor. En todos los lugares había alguien; en las bodegas, en el puente y sobre el techo de las cocinas y las máquinas; la línea de flotación estaba sumergida y se empezaba a levantar el ancla. Seguían llegando por miles los desesperados que no cesaban de gritar o llorar...» (Testimonio del dirigente socialista Cruz Merino). Con 2.638 pasajeros a bordo inició el «Stanbrook» una singladura con rumbo a Orán, navegando "en zig-zag por encima de la línea de flotación". De ellos, 2.240 eran hombres, 398 mujeres y 147 niños, de los cuales 15 eran recién nacidos. El barco arribó al puerto de Orán el día 30 de marzo, anclando a la entrada del puerto sin atracar en los muelles, hasta el 6 de abril, día que amarró en el muelle Ravín Blanc, pero aislado del resto por alambradas y soldados senegaleses. Las autoridades francesas no autorizaron el desembarco de los refugiados, añadiendo en el caso del «Stanbrook», una enorme cota de dramatismo, debido al hacinamiento y las imposibles condiciones de vida de estos miles de expatriados dentro del buque. Si bien en los primeros días fueron desembarcados mujeres, niños, enfermos y ancianos, por increíble que parezca, estos miles de expatriados tuvieron que sobrevivir (en gran parte debido a la solidaridad de los españoles de Orán y de las organizaciones humanitarias internacionales) sobre los muelles del Orán durante treinta días más, hasta que por fin se autorizó el desembarco.
Y después vendrían los largos días de un todavía más largo exilio. ¿Qué fue del destino del «Stanbrook»? Siguió después prestando servicio en la marina mercante hasta que el 3 de diciembre de 1939 se hundió al chocar contra una mina alemana a la entrada del puerto de Amberes. A pesar de la amarga singladura, de Alicante a Orán, uno de aquellos exiliados escribió más tarde que en los campos de concentración de Argelia se le rindió un minuto de silencio. «Aquel navío se lo merecía».
La alteana Ventura Martí Pérez fue una de las últimas personas que zarparon desde Alicante el 28 de marzo de 1939 hacia el exilio a bordo del barco inglés «Stanbrook» huyendo de las tropas de Franco, cuando faltaban tres días para que se diera por finalizada la Guerra Civil.
Ventura, de 89 años, recuerda con absoluta lucidez aquellos días trágicos de su existencia «porque teníamos miedo a morir. La subida al barco y la travesía hacia un lugar desconocido entonces para nosotros fue una auténtica odisea porque el barco iba escorado por el exceso de peso, estábamos todos apiñados, apenas teníamos comida, y existía el miedo a ser hundidos por los submarinos alemanes o por los aviones que nos sobrevolaban». En aquellos días, la joven y atemorizada alteana de 26 años, con un hijo creciendo en su vientre, y con una pequeña lesión en el corazón, que todavía le perdura en la actualidad, sacó «fuerzas de donde no las tenía para salir de España donde ya habíamos perdido nuestras libertades y buscar un país libre en el que mi hijo pudiera vivir sin mordazas». Para Ventura Martí, el recuerdo del «Stanbrook» estará siempre en lo más profundo de su corazón, pues, aunque sólo estuvo un día a bordo, «con la noche más larga de mi vida fue muy importante para mí».
En este reportaje aparece una foto del «Stanbrook» lleno de gente antes de zarpar desde Alicante, y Ventura dice «que me hice una copia nada mas verla en el periódico para tenerla en un lugar preferente de mi casa. Se ve la zona en la que me encontraba, a estribor y cerca de la proa". De sus recuerdos, Ventura Martí dice que el mismo 29 de marzo de 1939, siendo todavía secretaria de la sección femenina de la CNT en Altea «a la que me afilié para ayudar a los más necesitados, porque había muchas familias que pasaban hambre», subió por la mañana junto a otro matrimonio del pueblo a la caja descubierta de un camión que pasaba por los pueblos de la costa para llevarlos al barco, marchándose «con lo puesto, mas una muda, y unas pocas monedas de oro que me dio mi tía Ventura, además de una toquilla que me echó ella cuando ya estaba el vehículo en marcha...». Llegó a Alicante con el tiempo justo de subir al barco «con apretones y empujones», y cuando zarpó «me entró una gran pena de ver que el puerto seguía abarrotado de gente que no había podido entrar en el barco». Según relata, el barco tomó rumbo hacia Valencia «para despistar al enemigo, nos dijeron», pero cuando llegaron frente a la costa de Altea «con el sol poniéndose por Puig Campana mientras sus rojizos rayos iluminaban a mi pueblo y nuestras esperanzas» cambió de rumbo hacia alta mar. Cuando divisaron al día siguiente las costas africanas, supieron que desembarcarían en Orán, «pero antes no nos habían dicho nada, y yo estaba dispuesta a irme a América si hacía falta», señala al tiempo que recuerda con cariño «el gran recibimiento que nos hicieron los franceses de Argelia». En Orán trasladaron a los exiliados a una antigua cárcel con funciones de albergue, y a los tres días fueron repartidos por varias casas de la ciudad. Ventura fue ingresada en un hospital, con un corazón débil y soportando el peso del crecimiento de su hijo en el vientre. Después encontraría trabajo limpiando casas y ventanas, pero, según cuenta «tras nacer mi hijo volví a ser ingresada aquejada de una grave cistitis».
El tiempo pasó, y a los dos años de su huida volvió a Altea «con unas altas fiebres tifoideas», señala, y con un periplo que le llevó desde Orán a Melilla por carretera, de aquí a Málaga por barco, y de ahí a Alicante en tren, hasta volver a Altea en un taxi fletado por sus seis hermanos, «y con sólo dos reales de las monedas de oro que me dio mi tía dos años antes». La llegada a Altea la hizo «con cierto temor a represalias y a que me metieran en la cárcel», pero «todos se portaron muy bien, y en especial el alcalde de entonces, Joan Batiste Orozco, al que conocía desde pequeño». Cuando se curó del tifus, estudió el Bachillerato y posteriormente se hizo comadrona, alentada por la comadrona de Altea después de que la ayudara en el parto de una cuñada de su hermana.
La ilicitana Helia González tenía cuatro años cuando su padre, Nazario González,(el que fuera presidente de Acción Republicana Democrática Española) partía el 28 de marzo de 1939 desde el puerto de Alicante en el «Stambrook». «Aquello es algo que no se te olvida. Salimos en un barco de carga que llevaba 2.638 pasajeros. Estaba tan abarrotado que mi madre, mi hermana y yo tuvimos que entrar por una ventanilla», comenta. Para el viaje la madre de Helia sólo llevaba un pequeño maletín con ropa interior y unos cubiertos de alpaca bañados en plata «por si acaso». Ese «por si acaso» al que aludía su madre era por si en una situación de extrema necesidad había que vender los cubiertos para obtener dinero. «El viaje lo tuvimos que hacer subidos encima de un baúl en la cubierta. Yo intenté ir a orinar y no pude llegar a ningún aseo. Hasta el segundo día por la mañana no nos desembarcaron, pero lo hicieron sólo a las mujeres y los niños. Así que nos separaron de mi padre, ya que a nosotras nos llevaron a una especie de colonia de vacaciones», explica. Nazario González estuvo «desaparecido» varios días hasta que pudo reencontrarse con fu familia. Todos se asentaron finalmente en la ciudad de Sidi-Bel Abbès, donde nació otro miembro de la familia, Antonio.
Tras diez años en Argelia, conviviendo en una casa de un primo de la madre, la familia volvió a Elche el 23 de julio de 1949. «Lo pasamos muy mal porque la gente no entendía que hubiéramos tenido que salir de España sin haber hecho nada malo. Mi recuerdo es el de una vivienda pequeña, muchas incomodidades, sin luz, muchas veces sin agua y algunos días de Reyes Magos sin ningún juguete. Pero nunca he sentido la verdadera pobreza porque mis padres no me lo hicieron sentir».

 
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